Piero Colle

Fotografo

Piero Colle espone a Vienna

 

El objetivo de la cámara es un ojo inflexible y absoluto, a cuya fisionomía corresponde el diafragma en el tiempo de la exposición y de la toma: fija todo lo que aparece superandolo, yendo más allá, captando en la apariencia lo oculto que se esconde en los recovecos del mundo, y lo revela. Con indipendieza y fuerza imperial, de los inertes objetos y de las formas vivas saca a relucir la filigrana de los arquetipos humanos, los agobios de la conciencia: heros y thanatos, las paradas ilusorias y el incontenible devenir. En la representación fotográfica las icónicas emergecias por el acto demiúrgico de su creador, pueden reestructurarse en frescos mitos, en evanescente poesía o asimismo cristalizar en símbolos a veces explícitos, otras veces inquietantes y enigmáticos.

Sin duda todo esto ocurre cuando deatrás del instrumento técnico, perfecto y rafindamente sabio, trabaja el ojo y la sensibilidad de un artista tal cual es Piero Colle, escritor y poeta, aventurero, trágica y drámaticamiente curioso de cualquier claroscuro de la vida.

En la muestra de obras expuesta en Viena prevalecen en número los rostros: cada uno es un cofre de aludidos secretos o complejas historias empaquetadas en imagenes que esperan ser  descubiertas; las pueden leer siguiendo la expresividad de las miradas, las profundidades de las arrugas que reflejan madurez o vejez, o mirando la seda de las jóvenes mejillas, recolectando la fuerza, la determinación, la ambigüedad que afloran de las pupilas, ríos severos de avisos o esperas, y promesas de dulces abandonos.

Los rostros a menudo aparecen detrás de una pantalla, que lejos de ofrecer una imagen diferente, fortalece el significado y favorece la percepción de lo vivido y de las tensiones en acto.

Con frecuencia el movimento de los cabellos cristaliza en un delicado velo: sencilla red de mechones trasformados en dibujos aereos, grabados de carboncillos finos. De la misma manera las infladas e imperceptibles nubes de un atáxico y presumido fumador se convierten en su existencial figura (Paolo smoking).

Analogamente la luz resalta, identifica y revela: suave, omnipresente, evocada para aligerar el físico de los personajes o intermitente para enfatizar una mímica vibrante o resentida. El retrato es el imperio donde reina el blanco y negro, espejo sincero de las almas: entre los rostros prevalecen, por subyacente clasicidad, el de Anita con un ojo bizco, el de Sibilla clarivedente, y el de Lea que difunde una suave e ilimitada melancolía. Relucen en el rostro del canoso y barbudo guerrero del norte sus fisonomías heroicas o solemnes: ¿Es el guardián mágico de los milenarios bosques finlandeses? En el autorretrato del Lobo poeta la expresión y el aspecto visten fuerza y autoridad, disfraz que por debajo oculta huellas de una solidaria y dolorosa comprensión hacia todos los seres semejantes. El ciclo de las mujeres enjauladas con su semántica polimórfica exige una firme colaboración dialéctica por parte del observador-usuario, en el cual se encienden intereses y curiosidades: los efectos del impacto emocional recibido explotan en un efervescente juego de hipótesis interpretativas.

En estas composiciones se expresan los significados y los valores sádicos y masoquistas que retuercen, exasperan o ritualizan el eterno encuentro del hombre con la mujer y viceversa. Recorriendo el camino histórico, además conseguimos reconocer en estas originales invenciones la constatación o la denuncia de un estado violento y prevaricante, de cautividad y de limitación, que la sociedad y la cultura, y tal vez el destino, infligen a la mujer, la cual, sin embargo, compensa esta condicción aprisionando los detalles del cerebro del antagonista en un moderno cofre de cristal y con una sonrisa irónica lo exhibe apoyándolo contra una floreciente desnudez (Kris con cerebro). En cambio, el desnudo resplandece, de cualquier malicia críptica, en la representación de una maternidad felizmente iniciada, satisfecha y orgullosa, y en la instantánea de un amor espiado casi en lo sagrado de sus gestos, donde una recatada sexualidad se sublima en la translúcida y reciproca donación de los cuerpos, propensos a una naturaleza buena, parsimoniosa, que regala alegrías  cercanas al olvido e frágiles y espléndidas ilusiones, antídotos fugaces para nuestro estado inquieto y efímero. En otro lugar, un desnudo femenino tomado por la espalda expresa el anhelo hacia el infinito que un pálido y distante azul evoca como memoria de la pureza de la edad dorada o deja ver como un espejismo de vago y remoto rescate (cielo Ginebra).

La fotografía de Piero Colle es dúctil y varia en la técnica y sin embargo siempre en armonía con el centro de gravedad de un preciso estilo. El ritmo marcado de las imágenes, y  la novedad de las intuiciones junto a la audacia de las ideas, le hacen inconfundible.

El trabajo de Piero Colle es una atrevida encuesta en los lugares del infierno de la psicque y de las pulsiones; ascensión en las zonas purificadas y clarividentes de la mente; cuento empático y vivaz de personalidades y carácteres que en los rostros llevan el sello de su verdad, al mismo tiempo cristalinas y arcanas.

 

 

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